La Candelaria by Pedro Luis de Aguinaga – Spanish

 

 

Every year I write about Candlemas Day as it is celebrated in Oaxaca and in Brooklyn and other parts in the New York City area and you can read about it in English here.   Maybe you’ll want to take a tour of  Sunset Park in Brooklyn and check out the stores and the churches and see the parades of Baby Jesus dressed in full regalia.

But when my good friend Pedro de Aguinaga visited me recently he told me about the yearly all tamal dinner that our good friend, the caterer, Victor Nava serves to celebraees the occasion, I asked  him to write a story about it in his inimitable style. The only problem for some of you might be that he mostly writes in Spanish but I have a friend on Facebook who loves to translate his article.  Andy, are you listening?

Más de 50 trajes pueden conseguirse en doce tallas para vestir la figura del Niño Dios para este festejo.

So here’s the story with lots of pictures taken in Mexico City by Pedro who also happens to be a good photographer:

CANDELARIA

Se visten Niños Dios y ¡hay tamales!

* La tradición del Día de la Candelaria no sólo ha sobrevivido sino que se ha popularizado aún más gracias, en parte, a los factores económicos y la cobertura de la ceremonia por los medios de comunicación

Texto y fotos por Pedro Luis de Aguinaga

Es interesante observar cómo los medios de comunicación pueden no sólo preservar una tradición sino lo mismo revivirla que popularizarla. Uno de estos ejemplos son los “altares de muerto”, que hasta hace unas décadas eran privativos de ciertas zonas del centro y sureste mexicano pero que gracias a la cobertura que la prensa y sobre todo, la televisión, hace de éstos, se han popularizado en todo el país, montándose desde hace tiempo, año con año, no sólo en las casas o panteones como originalmente sucedía, sino en escuelas, restoranes y oficinas gubernamentales, convirtiéndose en otro de los iconos mexicanos –como en gastronomía sucedió con el mole poblano o en vestuario con el charro o la China Poblana—y parte de la identidad nacional..

 

 


En el caso del Día de la Candelaria sucede algo similar. Una tradición, si bien muy antigua, más popular en el centro del país que en el resto, ahora, tras muchos años de ser cubierta por los medios de comunicación, comienza a ser popular en muchos sitios del país, aunque despojada en gran parte de la mística religiosa original y orientada más al aspecto hedonista y lúdico en el que el pretexto es “vestir al niño”.
Como todas las fiestas tradicionales de México, el día de la Candelaria es resultado del sincretismo entre la cultura indígena con la española, en la que los monjes hicieron coincidir los festejos indios a sus dioses tlaloques –aquellos que ayudaban a Tláloc a repartir la lluvia—con la veneración de la virgen María, quien en esta fecha se supone debió haberse presentado en el templo para purificarse como mandaban las reglas judías y bendecir al niño Jesús. De esta mezcla de ceremonias surge el festejo que hasta la fecha se realiza, con las variantes naturales ocurridas durante casi cinco siglos. Así pues, ahora se recuerda la bendición de las mazorcas o granos de maíz comiendo tamales y mientras que originalmente se llevaba a bendecir la figura del Niño Jesús al ser “levantado” del Nacimiento, vestido con ropa de bebé, actualmente los ropajes se han trastocado en aquellos con los que tradicionales y populares santos son vestidos. De esta manera, encontramos al Niño Dios o Niño Jesús vestido con los ropajes de San Judas Tadeo, del Arcángel San Miguel o con los uniformes del equipo de fútbol favorito del supuesto devoto.
Pero la fiesta no se limita al día 2 de febrero sino que inicia, podría decirse, desde mucho antes, cuando los respetuosos de la tradición asisten a los mercados a comprar la nueva ropa del Niño, y mientras escogen entre al menos 60 trajes disfrutan de antojitos y golosinas que forman parte de la experiencia: quesadillas y pambazos, jícamas y frutas frescas, nieves de garrafa, frituras de maíz, palomitas y pan dulce entre muchas otras.
En la ciudad de México, en la actualidad, el mercado al aire libre que se instala año tras año en el corazón del Centro Histórico, parece crecer conforme pasa el tiempo. Cientos y cientos y cientos de puestos ofrecen todo lo que los devotos puedan requerir para dar un nuevo atuendo a la figura del Niño, que puede ser desde unos 10 centímetros hasta el tamaño de un bebé real de unas cuantas semanas de nacido. Toda una fascinante industria ha surgido durante las últimas décadas que nutre la tradición y ofrece variantes llenas de ingenua creatividad que es muy apreciada y aplaudida.
He de confesar que, como otros muchos, yo crecí sin esta tradición, a pesar de estar en colegios católicos, seguramente por la zona geográfica. Me vine a enterar de esta tradición cuando veía, en esta temporada, en la Ciudad de México, anuncios en casas o tiendas que decían “Se visten Niños Dios”, de gente que acostumbraba confeccionar los trajes de las figuras, que hasta hace un par de décadas eran costosas para muchas personas ya que originalmente eran de porcelana o cerámica (algunas importadas) y actualmente la mayoría que pueden encontrarse son hechas con resinas derivadas de petróleo a precios muy reducidos y en aproximadamente doce tamaños y tres colores: blancos, apiñonados y morenos, aunque casi siempre con ojos azules (y largas y tupidas pestañas). Los vestidos, por su parte, son confeccionados a máquina y en todas las variantes de poliésteres, por lo que sus costos resultan, al contrario de hace décadas, muy accesibles a todos los bolsillos. Con cien pesos (menos de 10 dólares aproximadamente) cualquier persona puede comprar un Niño y vestirlo a su antojo.
La tradición tiene también un aspecto de ingenuidad enternecedora. Una vez que se quita el Nacimiento, la persona que “levanta” al Niño lo arrulla como si de un bebé real se tratara, creando con esto un “compadrazgo” con el dueño de la casa, en el que se compromete a pagar el vestuario de éste los siguientes tres años. Después, nos dicen, el vestuario podrá seguir siendo el mismo, si bien parte de la diversión es justamente vestirlo con nuevos trajes.
Así, a pesar de la amonestación sacerdotal de que la figura del Niño debería ser vestida como cualquier bebé, la facilidad de adquirir trajes de todo tipo ha logrado que en el mercado se encuentren, además de aquellos de los santos, los de una serie de Niños Santos que desconozco si sean oficialmente reconocidos (con eso que cada Papa oficializa cientos de nuevos santos) como el “Niño de la Suerte”, “el Niño de la Fortuna”, el de la abundancia, el de las palomas o el “el Niño Danzante”, entre al menos una docena, cada uno con un vestido específico que además,  lleva muchísimos accesorios, ya que junto con el traje lleva invariablemente ropa interior, sandalias (o botas o tenis, según el caso), collares, coronas, aureolas (llamadas “resplandores”, en todas las formas), flores, sombreros o gorros, capas, chalecos, espadas, monedas y un sin fin de adornos en muchos casos extravagantes pero que contribuyen a lograr la identificación deseada. Por ejemplo, el traje de San Martín de Porres, quien era benefactor de los animales, lleva sobre el hábito de monje, pequeños caballos o vacas, perros y gatos, así como ¡ratas!

 

 

 

 

Una vez que se ha vestido al Niño con el traje deseado, el día 2 de febrero se lleva a bendecir a la iglesia y en casa se servirán tamales, supuestamente obsequiados por la persona quien durante el 6 de febrero, día de Reyes, le hubiera tocado el “muñequito” en la tradicional rosca que se confecciona para ese día. Y si bien en el día de la Candelaria la inmensa mayoría no vestirá niños y mucho menos irá a misa, sí comerá tamales en casa como la oficina, con sus amigos o compañeros de trabajo o escuela, sin que afecte a la tradición que éstos sean en hoja de plátano o maíz, de pollo, cerdo o pescado, fríos o calientes, de frijol o hierbas… siempre y cuando, sean tamales, generalmente acompañados por atole de sabores –piña, fresa, chocolate, vainilla o rompope entre los más populares—así como chocolate caliente, ya en agua, ya en leche.
Pero las fiestas y la gastronomía no se detendrán y unas cuantas semanas más, disfrutaremos de los platillos de vigilia, mientras que el Niño Dios se ha guardado en algún ropero (aunque hay quienes lo exhiben todo el año) a la espera de un traje nuevo y por supuesto, tamales.

 

Food stalls at the market:

 

Some good for you but others good but not good for you.  It’s still exciting to see a whole cart of vegetables being sold.

Un improvisado puesto rodante hecho con carrito de supermercado expende verduras crudas así como frutas que se acompañarán, según los gustos, por limón, sal y chile.

 

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